16 de septiembre de 2016

El chal

El chal. Cynthia Ozick. Lumen, 2016
Prólogo de Berta Vías Mahou. Traducción de Eugenia Vázquez Nacarino
El relato del horror... ¿Cómo redactarlo evitando caer en el hipersentimentalismo llorón o en la efectista pero improductiva descripción de la infamia? Decía Flannery O'Connor que “the two worst sins of bad taste in fiction are pornography and sentimentality. You have to have enough of either to prove your point but no more.” Por otro lado, ¿cómo trascender la ingente cantidad de material que, con diversa fortuna, se ha escrito sobre los campos de exterminio? Ozick, una escritora de raza que cuenta con una importante obra tanto de ficción como ensayística, toma un doble camino,  el que ahora se nos ofrece en un solo volumen: El chal (The Shawl, 1980), el relato que presta su nombre al volumen, y Rosa (Rosa, 1983), dos relatos publicados originariamente en The New Yorker.

En El chal (diez páginas de tipografía generosa, menos de 2.000 palabras en su original), la opción escogida es despojar el relato de todo ornamento, objetivando al narrador, obviando cualquier asomo de juicio de valor mediante una descripción "fría, fría" y prestando el protagonismo a un objeto inanimado. Pocas veces con tan poco se ha dicho tanto.

La acción de Rosa sigue a una de las protagonistas de El chal treinta años después, en otro lugar del mundo y en otras condiciones, e intenta responder a dos preguntas: ¿quién puede reprochar nada a quien visitó el infierno, vio la cara al diablo y tuvo el valor para volver?, y ¿puede existir una culpa tan grande que no contemple penitencia alguna, que el recuerdo, en forma de supervivencia, sea suficiente castigo?

Siempre he pensado que se comete un error cuando se publican ambos relatos en un mismo volumen; aunque compartiendo hechos y protagonistas, son tan desiguales que la lectura de Rosa, publicado siempre en segundo lugar, puede echar a perder el efecto extraordinario que provoca en el lector El chal; pero seguro que existen razones que se escapan a este lector que justifican este proceder. En todo caso, el relato que da título al libro es uno de los mejores relatos que se han escrito jamás.  Léanlo; y cuando terminen -no teman, son diez minutos, podrán regresar enseguida a sus quehaceres urgentes-, inquiéranse a sí mismos si son la misma persona que antes de leerlo.

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