7 de octubre de 2016

Drop City

Drop City. T. C. Boyle. RHM, 2004
Traducción de Isabel Núñez
¿Qué busca un lector recreativo en un libro de narrativa de ficción? ¿Busca siempre lo mismo o, al contrario, busca ser sorprendido? A la hora de valorar, aunque sea privadamente, la lectura, ¿son siempre los mismos parámetros los que tiene en cuenta, o varían? Si varían, ¿en función de qué? Después de leer, por poner un ejemplo clásico, Guerra y Paz, ¿bajo qué cualidad puede valorar como "satisfactorio" o "insatisfactorio", por ejemplo, el último Premio Booker? Tal vez sea que debemos aplicar varios baremos teniendo en cuenta lo que leemos, y que el que nos señala que Guerra y Paz es una obra maestra y Ana Karenina apenas un folletón bien resuelto, no deba ser el mismo que acredita la máxima calificación a Brújula y desdeña La isla de los condenados como un libro de excelente planteamiento pero de desigual desarrollo. ¿A qué viene esta elucubración? Pues, principalmente, a que algunas veces uno encuentra novelas que le devuelven el puro placer de la lectura y que, a la hora de hablar de ellas, encuentra a faltar palabras y conceptos porque esas novelas se explican solas y nada, nada, nada puede no ya substituir sino incluso complementar su lectura. Drop City (Drop City, 2003) es una de ellas; cómo tiene que ser de apasionante un libro para que alguien que toma notas mientras lee acabe sus más de quinientas páginas habiendo rellenado de frases inconexas apenas una página...
"Era extraño, todos eran tan ingenuos, tan ilusos y simplistas, con la cabeza llena de nociones descabelladas sobre todas las cosas, desde los orígenes del universo a la hermandad de los hombres y cómo vivir el ideal vegetariano. Eran como niños, definitivamente confiados e ignorantes."
Drop City, la epopeya de una comunidad de hippies de principios de los años 70 desde la soleada California a la inhóspita Alaska, ahonda en la lejanía entre la teoría y la práctica del intento de vida comunitaria, la disonancia cognitiva entre el deseo y su materialización, el fracaso de la promesa de redención y la pérdida definitiva de la inocencia y de su compañera, la esperanza.
"Pero Lester se estaba sirviendo zumo, Lester estaba cogiendo huevos y galletas. Cogió lo suficiente como para tres personas, lo puso en una bandeja en la que todo se derramaba y se la pasó a Franklin, luego se sirvió él, y nadie dijo una palabra. Una cucharada de huevos, dos, tres. Se tomó su tiempo, y mantuvo una sonrisita en los labios que hizo sentir a Star triste y avergonzada. ¿Realmente habían caído tan bajo? ¿Se estaban peleando por la comida? ¿O era algo más, algo feo y sucio, algo que convertía Drop City en la mayor payasada del mundo?
California, la meca del sectarismo y lugar de nacimiento del movimiento new age, fue el remedo de la vida natural -la naturaleza domesticada-, a diez minutos en coche de la tienda proveedora, para alternativos en busca de sensaciones; 
"El aire se endulzaba con el olor de hachís. Los pájaros cantaban en la barandilla de madera y les miraban como si ellos sólo fueran una prolongación de los árboles, un fruto inesperado, una nuez sin cáscara, o tal vez una protuberancia enfermiza surgida de la corteza. Ella se echó hacia atrás, disolviéndose en sí misma mientras los sonidos de la comunidad despertándose (murmullos, chapoteos de piscina, música en la radio) derivaba flotando hacia ellos como si vinieran de muy lejos";
en el polo opuesto, Alaska, la naturaleza salvaje, inclemente, el aislamiento real, un lugar hostil poblado por individuos extraños entrenados para sobrevivir en la más absoluta soledad, un emplazamiento inhóspito en el que la llegada de un forastero, vista como una intolerable intromisión, desata las enemistades contenidas. 
"La gente le decía que estaba loca por irse a vivir al fin del mundo, a quince o veinte kilómetros de la tienda más próxima, de la iglesia, del restaurante o de la estafeta de correos más cercana, y a unos cien kilómetros de un asentamiento que sólo de lejos se parecía a la civilización, si es que Fairbanks podía considerarse civilizado. Y aún más loca por echarse en los brazos de un trampero de pelo gris, probablemente loco, hambriento de sexo, con las arterias atrancadas por la grasa y la cabaña tapizada de fusiles."
Es imposible llevar la civilización a lo salvaje; la única manera de amansar lo indómito es destruyéndolo o dejándose destruir. Los grandes espacios invitan a la tragedia.

Lo dicho, el puro placer de la lectura.

Calificación: ****/*****

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