10 de febrero de 2017

Levantar la mano sobre uno mismo III. Mi suicidio

Mi suicidio. Henri Roorda. Trama Editorial, 2014
Traducción de Miguel Rubio
"Por otra parte, mi motor esencial -denominado "instinto vital"- debe encontrarse en muy mal estado, puesto que sin estar enfermo prefiero la muerte a una existencia en la que, como ocurre en casi todas las existencias, tendría que enfrentarme a cotidianas cargas, preocupaciones y privaciones."
Henri Philippe Benjamin Roorda van Eysinga es uno de los ejemplos que aduciríamos aquellos que pensamos que se puede llegar al suicidio no únicamente desde la tristeza y la desesperación -una especie de suicidio reactivo-, sino también desde la alegría y, paradójicamente, las ganas de vivir, como si el disfrute total de la vida incluyera, inseparablemente, la posibilidad de ponerle fin de forma voluntaria. No serían ni el hastío ni el pesimismo, por tanto, los únicos estados anímicos que desembocarían con la muerte por propia mano, sino que también la alegría y el optimismo podrían ser caminos igual de válidos: para apoyar esa afirmación, Mi suicidio (Mon suicide, 1925), sería la prueba concluyente.

Afirma el autor que el libro debería haberse llamado El pesimismo alegre, pero que le cambió el título por razones puramente comerciales: el público es muy melodramático y se inclinará más por comprar un libro de nombre Mi suicidio. El tono del prólogo del autor da ya una idea de la orientación del texto, alegre, irónico y vitalista. El suicidio, en su caso, no es tanto una huida para escapar de un presente insoportable como para ahorrarse las desgracias futuras que, inevitablemente, acaecerán; es decir, una especie de suicidio preventivo.

Firme partidario de la vida sin preocupaciones, Roorda no es capaz de ser previsor ni con las provisiones ni con el dinero que debería acumular para procurarse una vejez desahogada; ha vivido una vida relajada contrayendo deudas económicas y morales, y el futuro que le espera no es nada halagüeño; pero también alude a una razón de carácter altruista: dada su inadaptación a los requerimientos de una vida ordenada, la cantidad de males que podría provocar en el futuro superaría ampliamente el de los bienes. El Estado, y su capacidad conminatoria para imponer una determinada moral desde la infancia, y la religión, con la imputación del sentimiento de culpa, tampoco facilitan la vida. De hecho, Roorda se autocalifica como mala persona y confiesa que todo lo que hay en él de bueno lo debe a la sociedad; sin embargo, después del proceso de socialización, cuando ya te tiene entre sus garras, es esa misma sociedad la que, con sus sistemas de represión -las leyes- y de control -la moral-, la que se encarga de sustraernos nuestras conquistas individuales. Y salir de este círculo infernal sólo es posible mediante una reacción individual, que no egoísta.
"Amo enormemente la vida. Pero para gozar del espectáculo hay que ocupar una buena butaca. Y en la tierra la mayoría de las butacas no son muy buenas. Si bien es verdad que, en general, los espectadores no son muy difíciles de contentar."
Calificación: ***/***** 

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