20 de marzo de 2017

Cáscara de nuez

Cáscara de nuez. Ian McEwan. Anagrama, 2017
Traducción de Jaime Zulaika
"Oh, Dios, podría estar encerrado en una cáscara de una nuez y sentirme rey del infinito espacio... de no ser porque tengo malos sueños." 
Con este epígrafe de Hamlet, de William Shakespeare, comienza Cáscara de nuez (Nutshell, 2016), la última obra publicada del prolífico escritor británico Ian McEwan.

Un feto humano en su último período de gestación y recién adquirida su conciencia de ser, se descubre pensando en su incierto, por jamás experimentado, futuro fuera del útero materno. Involuntario y sin embargo atento testigo de lo que sucede fuera de su reducto, y presente en todas las conversaciones que mantiene su madre, descubre el complot urdido por ésta -una  mujer con un propósito claro pero a quien su futuro hijo no deja en demasiado buen lugar: "aunque a mí me emociona, ella se duerme con el Ulises de Joyce", declara unos momentos antes de introducir una cita, "mata a su madre pero no puede ponerse pantalones grises"- y su amante, para asesinar a su padre y hermano mayor de aquél.
"¿Quién es el primero? Mi risueño padre, el rumor nuevo y difícil de su decencia y su talento. La madre a la que estoy atado, y condenado a amar y a aborrecer. El priápico y satánico Claude. Elodie, la poeta escandidora, dáctilo poco fiable. Y mi cobarde yo, que se ha eximido a sí mismo de ejercer la venganza, de todo menos del pensamiento. Esos cinco personajes girtan ante mí, interpretando sus papeles en los hechos exactamente como fueron, y luego como podrían haber sido y como aun podrían ser. No tengo autoridad para dirigir la acción. Sólo puedo observar. Las horas pasan."
Llegados a este punto, y por si la cita del encabezamiento -al fin y al cabo una cita de Shakespeare enluce cualquier texto, aunque la relación, a menudo, sea, que no es el caso, injustificada- no fuera suficientemente explícita, lo que descubre el feto, la relación adúltera entre una mujer llamada Trudy -Gertrudis- y un hombre llamado Claude -Claudio-, agente inmobiliario, que planean el asesinato del marido, poeta y editor de poesía, hermano de éste, proporciona datos suficientes para adivinar en nombre del innominado nonato. Aunque en este caso, lo que está en juego no es el trono de Dinamarca sino una mansión georgiana valorada en siete millones de libras, bastante más apetecible que aquél.

El feto, instruido por la radio que escucha Trudy, y atento a lo que oye suceder a su alrededor, se hace una idea del estado del mundo, y desde su situación pre-natal desarrolla una conciencia cívica crítica y constructiva.
"Siempre nos preocuparemos por cómo van las cosas: es lo que depara el problemático don de la conciencia."
Aunque el narrador es bastante más pragmático y menos indeciso que el príncipe danés, no por eso deja de anticipar la soledad, aun ligado orgánicamente a su madre, que experimentará cuando sea un individuo autónomo, a la que ya no ve remedio,
"Así que todos estamos solos, incluso yo, cada uno camina por una autopista desierta, cargando en un hatillo atado a un palo al hombro los planes, los diagramas de flujo, para un progreso inconsciente",
y se debate entre el odio que siente por su madre por sus planes con respecto a su padre y un amor filial que no sabe explicar, generado involuntariamente más allá del razonamiento.

El protagonista, al que sigo resistiéndome a poner nombre pues todavía no ha nacido, está imposibilitado para saber ciertas cosas, igual que todo narrador en primera persona; pero al tratarse de un ser al que McEwan dota de una conciencia de adulto, se permite especular, algunas veces, incluso, afectado por una ligera borrachera, siempre provocada por caldos de calidad, inducida por el vino que ingiere su madre. Es un placer que disfruta, esa asimilación de la ingesta de Trudy, con el regocijo del adulto; claro que también tiene su contrapartida desagradable cuando su madre, arrodillada ante la bragueta abierta de Claude, traga algo que no es vino. Obligado a cumplir un destino contra el que no puede luchar y firme partidario de su padre, ejecutará su venganza de la única forma que está a su alcance.
"Lo que más temo no son los parques temáticos del Paraíso y del Infierno -las atracciones celestiales, las muchedumbres infernales-, y podría sobrellevar el insulto del olvido eterno. Ni siquiera me importa saber a cuál de los dos iré. Lo que temo es perdérmelos. Deseo saludable o pura glotonería, en primer lugar quiero mi vida, mi nacimiento, mi cuota infinitesimal de tiempo infinito y la posibilidad fiable de una conciencia. Se me debe un puñado de decenios para probar suerte en un planeta que gira libremente. Ésa es la atracción de mi feria: la Pared de la Vida. Quiero mi oportunidad. Quiero llegar a ser."
McEwan franquea el límite de la verosimilitud estacionándose en el terreno de la fábula, del cuento infantil, de la teodicea, de la leyenda, del mito. 
"Estoy empezando a comprender que las palabras pueden revestir de verdad a las cosas."
Las constricciones a que está sujeta Cáscara de nuez comienzan en el mismo planteamiento de la novela, pero una vez establecidas por el autor y aceptadas por el lector -insisto, el pacto es, en principio, de difícil aceptación, y sólo la maestría del autor consigue que lo  asumamos-, el texto fluye con la facilidad de lo evidente y la congruencia de lo homogéneo: por ejemplo, conociendo como conoce el destino de su padre al haber sido testigo de la planificación de su asesinato, el nonato se enfrenta a un problema: cómo ponerse en contacto con él para advertirle; no puede, claro, pero olvidamos que puede razonar, tiene atributos de criatura y, por tanto, puede dirigirle, mentalmente, una carta. ¿Inverosímil? Seguramente, pero no menos que el caso de su tocayo danés que, ya adulto, habla con su fantasma.

McEwan demuestra que es un escritor que capaz de escribir una novela con cualquier trama. Un "más difícil todavía" sólo al alcance de quien domina su oficio a la perfección.

Calificación: ****/*****

Anagrama ha publicado también la traducción al catalán.
Closca de nou. Ian McEwan. Anagrama, 2017
Traducció de Jordi Martín Lloret

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